Es de sobra conocida la historia de Penélope, esposa de Odiseo, rey de Ítaca, a quien esperó veinte años tejiendo de día y destejiendo de noche. Así lo cuenta Homero en La Odisea.
Odiseo dejó Ítaca para luchar durante diez años en la guerra de Troya. Y tardó otros diez años en volver a casa, entretenido por mil aventuras con lotófagos, cicones, cíclopes, sirenas y ninfas, entre otros.
Durante los veinte años de ausencia de su marido, a Penélope se le llena la casa de pretendientes a ocupar el lugar de Odiseo. Pretendientes que se comen su hacienda y asaltan su cama.
Penélope, que cree firmemente que Odiseo no ha muerto, se niega a tomar esposo y, para dejar alguna esperanza a sus pretendientes, asegura que tomará esposo cuando acabe de tejer el sudario para su suegro Laertes.
Para no acabar el sudario tejía de día y destejía de noche, dice el cuento. Lo que no dice es que, además de tejer, administraba su casa, gobernaba Ítaca, criaba a su hijo Telémaco y cuidaba de su suegro Laertes y de Argos, el viejo perro de Odiseo. Aunque Homero no lo diga.
Los pretendientes descubrieron el engaño de Penélope, así que para seguir dilatando la decisión de elegir a uno de sus pretendientes, les propuso un torneo de tiro con arco. Ella se casaría con el campeón.
Un mendigo ganó el torneo. Un mendigo que no era sino Odiseo disfrazado por Atenea.
Odiseo, con la ayuda de su hijo Telémaco, da muerte a Antinoo y al resto de los pretendientes y ve morir al fiel Argos, el único que lo reconoció bajo su disfraz de mendigo.
Y así, con final feliz, acaba la historia de Penélope que, desde que Homero escribió La Odisea, sigue tejiendo de día y destejiendo de noche y nadie se acuerda del trabajo que dan un palacio, un gobierno, un hijo y un suegro, además del perro. Vamos, como si en veinte años no hubiera hecho otra cosa más que tejer y destejer.
Por cierto, ¿acabaría el sudario?