Claudio Rodríguez, Ángel González, Antonio Machado, Francisco Brines, Julio Llamazares, Gabriela Mistral y muchos otros poetas me llevan la mano cuando enhebro aguja y comienzo a tejer uno de mis tapices - paisaje.
Son los poetas quienes pasan al hilo la emoción de sus versos. Con esta emoción el tapiz se hace paisaje y, a veces, hasta se llena de luz.
Fueron los poetas quienes me enseñaron a mirar, con ellos descubrí cómo la luz teje y desteje el horizonte y los campos. Aprendí que la emoción de la luz altera las distancias y descubre caminos y veredas que, sólo un segundo antes, estaban ocultos. Cómo la luz pone lindes a las nubes y revuelve los colores y las carrascas.
Estos poetas me han regalado versos llenos de luz, versos que de tanta luz, deslumbran cuando cantan la curva del horizonte y el temblor de la unión de cielo y tierra en la lejanía.
Gracias a ellos he caído en la cuenta de que hay días que la luz se levanta caprichosa y se pone a pintar el campo de ocre y verde y, al momento, va y revira los ocres y verdes en magentas y amarillos imposibles…
Así que es por eso por lo que digo cuando me preguntan por mis paisajes tejidos, que son la luz, la palabra y el tiempo urdimbre y trama de estos tapices. Luz, palabra y tiempo que se hacen lejanía, paisaje.
Es la luz , el don de la luz siempre la claridad viene del cielo quien teje y desteje el paisaje. La luz, que eternamente viaja en el aire. Lux Aeterna.
Luz eterna que ayuda a que finalmente caigamos en la cuenta que el trigo vuelve a crecer en los campos de batalla y que somos apenas nada. Que como si nada hubiera sucedido es el epitafio perfecto.
Cuando la luz de los poetas descubre el misterio de nuestra insignificancia se comprenden los versos dejad de respirar y que os respire la tierra porque la tierra, como la luz, es verdad única, definitiva, eterna.. .
La tierra que seguirá, como si nosotros no hubiésemos sucedido, cuando última luz nos deslumbre y desdibuje.