Hace unos meses mi amiga Elena, viajando entre Martín Muñoz de Ayllón y Becerril vio desde el coche un respaldo de silla vieja - tablete llamamos por aquí a ese tipo de silla - y pensó en mí.
⁃ Seguro que a Claudia le sirve para algo. Y me envió un mensaje con la foto del tablete, y acepté. Quedamos, recogí la silla y la traje a casa.
Enseguida me puse a limpiarla y darle mimo: la encolé, lijé y le di cremita de linaza, mucha, para enjuagar tanta intemperie como, sin duda, había soportado.
Según lijaba pensé que estaba despegando de la vieja madera de chopo lluvias y solaneras y el hielo y la nieve que habían mordido sus vetas. Recordé también las espaldas que habían descansado en sus travesaños y los secretos, los afanes, las confesiones, las risas y las penas de las gentes con las que había vivido.
Y es que los objetos siempre cuentan historias a poco que le pongas oído…
Con la silla limpia y remozada llegó el reto de darle vistas a los dos vanos que dejaban los travesaños. El reto de convertir una silla en una ventana hacia el paisaje.
Preparé lo necesario para urdir y comencé a levantar un paisaje para que la primavera en las coloridas (y castigadas) tierras del nordeste segoviano quedase fija, inmutable. Quería
luz y aire para este ‘voraz espacio’ a través de de un tablete hecho ventana a la primavera.
Hoy la sillaventana está en la pared de otros amigos y yo me siento feliz y agradecida por haber podido ser y estar en esta conversación con los ecos del pasado que me hicieron sentir tantas cosas… ¿Cosas del azar? - Seguro que sí, pero ya se sabe el azar nunca, nunca es inocente.
Cierto es que como silla ‘ No pudo soportar el bramido del tiempo’ como escribe Julio Llamazares en su prodigiosa ‘ Memoria de la Nieve’ (por eso estos versos dan título al tapiz) pero cierto es también que la silla, ahora como ventana abierta al viento, ofrece, a quienes a ella se asoman, la eterna esperanza de la primavera.