LA ABUELA NINA

LA ABUELA NINA

Mi abuela se llamaba Bernardina, la abuela Nina, y era rubia.

Cuando le preguntaban por su edad decía siempre que ‘iba con el siglo’ aunque en su DNI figurase 1898 como año de nacimiento.

- A estas edades, año arriba, año abajo, qué más da…

En cuanto sirvió para ello, su padre, el abuelo Juan Lanas, la sacó de la escuela y la puso de pastora con las ovejas. Eso decía.

- Así que no aprendí a bordar en la escuela. Bordar, bordar, lo que se dice bordar, no sé. Pero coso y remiendo y zurzo y hago puntilla.

La recuerdo con el pelo blanco. Una coleta muy larga, que recogía con un moño en la nuca.

Se peinaba en el corral y, cuando acababa, hacía un rebujo con el pelo que había quedado en la peina y lo tiraba al barrujo del corral.

Día a día, año tras año tirando ese puñado de pelo al corral y acabó sus días con el moño bien cumplido.

Bordar no sabría, pero yo guardo tres pares de calzoncillos de lienzo moreno hechos por ella. Formaban parte del ajuar del único hijo que quedó soltero. Los tres pares lucen las iniciales FB, Florentino Borreguero, en un diminuto y primoroso punto de cruz.

La joya del baúl de mi abuela era una colcha de malla. Me la enseñaba orgullosa:

- Va a ser para ti cuando te cases .

Cuando iba con las ovejas tejía la malla y en casa, por la noche, a la luz de las teas, la bordaba, con un punto volante, decía, con torzal azul.

- Así que nunca aprendí a bordar. Bastante tenía con la dichosa colcha. No hice otra labor antes de casarme.

Su pasión por el ganchillo quedó certificada cuando, ya muy mayor, con la clavícula inmovilizada porque se cayó a la bodega, seguía tejiendo aun a riesgo de sacarse un ojo con la aguja.

En verano, a media mañana, comía sandía con pan sentada en la portada, rodeada de las gallinas que esperaban ansiosas las cáscaras y las pepitas. Después se sentaba en el portal, con la puerta de la calle entreabierta y hacía ganchillo… colchas, tapetes, pañitos, piquillos a las servilletas, puntillas, flecos de tirabuzones…

- La colcha va a ser para ti, cuando te cases.
- ¿Y si no me caso?
- Pues te quedas sin ella.

Un día, de modo inesperado, anuncié boda.

- Abuela, que ya sí que me tienes que dar la colcha.

- Anda, anda, que ahora igual que os casáis, os descasáis.

Y pasó un mes y llegó la boda . Estábamos a punto de salir para la ermita de Frades, al casorio, cuando llegó la abuela con la colcha de malla

- Toma, y si te descasas, ya sabes lo que tienes que hacer

Y nada más que contar por hoy. Esta es la historia de la abuela Nina y la colcha de malla que guardo en el baúl.

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