Es una obviedad decir que vivimos momentos de obsolescencias meteóricas. Nada está hecho para durar. En general, no interesa en absoluto que las cosas duren.
Reparar no es rentable. En mi horno, cuesta casi lo mismo el recambio de la puerta que el horno. ¿Para qué arreglar si es más barato uno nuevo?
El mercado trabaja para que los consumidores necesitemos continuamente novedades y las necesitemos con total inmediatez: Lo quiero y lo quiero ya.
En este remolino de consumo nada es sagrado. Nada es demasiado valioso. Bueno, si acaso, algo de lo que no se pueda comprar porque no esté en venta.
Y la industria textil es paradigma de esta característica del consumo voraz e inmediato: la moda low cost, la fast fashion y las sofisticadas técnicas de marketing componen la maquinaria perfecta para crearnos deseos, convertirlos en necesidad, satisfacerlos de inmediato y comenzar a percibir enseguida la desazón de un nuevo deseo… el engranaje está perfectamente engrasado y se mantiene en excelente forma porque ofrece retales de felicidad a precios de escándalo.
Es en este contexto de mercado textil insostenible para la salud de la Tierra y, por tanto para nuestra salud, en el que aparecen los conceptos de Upcycling o suprarreciclado. Se llama así al hecho de reciclar a la vez que se le añade valor al producto reciclado.
En mi caso , en mis obras de suprarreciclado textil creo que late más el viejo concepto de “durabilidad” que el de Upcycling. Estoy mucho más cerca de la cultura campesina que del concepto de economía circular.
Cuando tejo con trapos viejos, cuando retuerzo tiras de tela para hacer hilo, cuando echo remiendos a los remiendos, quiero, como las abuelas campesinas, que todo dure, que cuando las cosas ya no sirven para lo que se hicieron, valgan para otra cosa…
Aquellas mujeres hacían, con toda naturalidad de la necesidad, virtud. Y también, con toda naturalidad trascendían lo meramente utilitario y bordaban flores a cordoncillo y letras a punto de cruz en viejos talegos para guardar legumbres ,que confeccionaban con restos de sábanas viejas y tan remendadas ya que no valían ni para trapo de la plancha.
Yo también quiero que todo dure y por eso con trapos, con ropa vieja, construyo mundos más amables, con más luz. Son mundos llenos de memoria. Cuando los termino y los miro y remiro, juego a identificar en ellos la camisa de mi padre, el pantalón de mi hermano o un pedacito de la falda que llevaba aquel día… la ropa vieja a mí sí que me vale, me vale para mucho.