En los primeros años 50 del siglo pasado, y hasta casi entrados ya los 70, la Iglesia y varias órdenes religiosas tuvieron en el medio rural cantera abundante para llenar sus Seminarios y centros de formación. Buscaban chicos de ocho a diez años ofreciéndoles “estudios” a la vez que fomentaban y consolidaban su incipiente (aunque aún dudosa) vocación religiosa.
Para muchos padres era ésta la única posibilidad de dar formación a sus hijos varones - las niñas se quedaban en el pueblo unos años más hasta que cogían edad suficiente para salir a estudiar ( si había posibles) o a servir a la capital o a hacerse modistas o bordadoras o, como poco, aprender a coger los puntos a las medias con un vaso y una aguja.
De aquella época habla el talego del tío Mariano.
Un día lo encontré en el fondo de un arca y mi madre me contó su historia.
Es una bolsa hecha con dos trozos grandes de un lino ya muy manido, al que se le fueron añadiendo trozos de sábanas o camisas viejas con costuras cargadas. Pieza sobre pieza, hasta quince, hasta llegar a los 40cm de alto por 30 de ancho. Arriba lleva cosido un hiladillo para atar. Y la inicial de la abuela Leoncia.
El talego iba y venía de Muñoveros a Segovia en el coche de línea llevando las mudas limpias y trayendo las sucias para lavar en casa. En el Seminario no lavaban la ropa y cada chaval debía también llevar su propio colchón. Digo ya que allí lavarían las sábanas porque en talegos como éste no cabían…
El talego del tío Mariano es fiel testimonio de aquellos años. A mí me conmueve cómo “trapos” como éste retratan una sociedad en la que todo dura, nada se tira, todo puede en algún momento servir para algo. Una sociedad con otro sentido del tiempo. Tiempo que era simplemente tiempo para hacer las cosas que había que hacer, sin monetarizar, sin cuantificar lo que pueda tardarse en hacerlas. Un tiempo sin compartimentos ni medidas.
La mano que cose este talego, además de unir las piezas, de propina, cubre la necesidad de poner el nombre del destinatario con un primor innecesario a los ojos actuales. Y los borda en un diminuto y perfecto cordoncillo.
Tiempo sin medidas, trabajo que no es maldición sino la mera consecuencia de estar vivo.
Y me lleno de un sentimiento que mezcla melancolía con agradecimiento infinito a esas raíces, a esos valores que sin alharacas y sin sermón alguno me han ayudado a crecer, a ser yo.
Hay que ver la de cosas que caben en el talego del tío Mariano.