Tengo un respeto religioso al pan. Como tantos niños de mi generación que crecieron en una familia campesina.
El respeto al pan y a las tormentas son hilos guía en mi entramado mental.
En casa aprendí un repertorio de gestos que traducen ese respeto ancestral , yo diría que genético o mitológico…. en realidad no sé muy bien cómo calificar ese respeto pero parece imprescindible un adjetivo esdrújulo.
Mi padre partía el pan en la mesa con la hogaza en una mano y el cuchillo en la otra y preguntaba- ¿cuánto quieres?, señalando con la hoja del cuchillo el trozo que iba a cortar para ti. Y tenías que afinar en el grosor de la rebanada que pedías porque sabías muy bien que nadie se podía levantar de la mesa sin haber acabado el pan que le habían partido.
Y mucho ojito con dejar el pan boca abajo y si se te caía, había que besarlo
-El pan es de Dios.
-Con el pan no se juega.
Y, al levantar la mesa , recoger cuidadosamente las migas que quedaban sobre el hule y echarlas al corral o a al puerta de la calle para que las comieran las gallinas o los pájaros.
¡Ay las gallinas! Son bichos muy tontos. Me hacía mucha gracia el modo tan desmañado que tenían de beber en la pila, así como a buchitos y levantando la cabeza a cada trago. Mi abuela me contó que había que aprender de las gallinas a ser agradecido porque a cada trago levantaban la cabeza al cielo para dar gracias a Dios por el agua.
Desde que mi abuela me lo contó me parecieron menos sosas las gallinas y no podía evitar acordarme de ellas cada vez que bebía y, aunque nunca levanté los ojos al cielo, aprendí a dar valor a un trago de agua.
En mi infancia hay pobres que llamaban a las puertas pidiendo una limosna por dios, un poco de pan y un cacho de tocino. Y eso no se le negaba a nadie. Si el pobre pedía dinero, había que contestar deprisa: Vaya usted con Dios que El le remediará, a la vez que cerrabas la puerta.
Yo no llegué a conocer los hornos comunes ni el amasar el pan y cocerlo en casa pero guardo los sellos de pan de las casas de mis abuelos. Son como el escudo heráldico de mi linaje.
Estos sellos conservan la memoria de las manos de mis abuelas hendiendo la marca en sus hogazas.
Más bueno que el pan. A buen hambre no hay pan duro. Contigo pan y cebolla. El pan no se le niega a nadie. Pan para hoy y hambre para mañana. Ni miga ni certeza. Dame pan y llámame perro. Un zatico de pan. Un cantero. Más soso que un pan sin sal. Pan asentado. Pan metido en harina. Pan bien cocido. Hogaza de cilindro.
Pan dulce…. tan dulce como el oro de la infancia.